El Hombre

(4 Jotabé)


1

De noche, desandando algún camino,
pensando yo cuál fuese mi destino,

"¿Qué viento, fuerza, espíritu, empujaba
mis piernas al andar?" - me preguntaba.
"¿Qué fin tiene esta vida que se acaba?"
Ninguna luz la vista divisaba.

"¿Qué soy?" era la duda más oscura,
la que calaba en mí con más hondura.

Entonces un sonido me previno
de que algo por detrás se me acercaba,
giré y alcancé a ver una figura.


2

Su faz se presentó bien parecida,
aunque envuelta en misterio, conocida.

Le vi cual yo, de mí fiel semejanza,
un dejo mío en su cansina andanza.
"¿Acaso él - pensé con esperanza-
verá lo que mi mente a ver no alcanza?"

Y en un arranque audaz pero sincero
interrogué al extraño del sendero.

"¿Quién eres -dije- imagen de mi vida,
igual a mí, que con tanta confianza
caminas sin saber lo venidero?


3

Porque también en ti, lo sé, se ayuntan
dos rumbos que a confín diverso apuntan.

¿Quién eres tú, volátil de quereres,
que un día a Urano, henchido el pecho, hieres,
y al otro, manteniéndote cual eres,
de Gea lo profundo y vil prefieres?

Tu carne está transida de deidades,
tu espíritu sumido en veleidades.

Eres el horizonte en que se juntan
la tierra y el empíreo; y adquieres
sus almas, sus arcanos, sus verdades.


4

Tus aguas, nube ufana, alguna vez
del barro impuro llevan sordidez.

El piélago insondable de tu esencia
evade los conatos de la ciencia;
me mueve a compasión por su falencia
y por su potestad a reverencia.

¿Quién eres? Por favor, dime tu nombre,
permite que tu voz mi mente asombre".

Su frase resonante en sencillez,
colmó la gravedad de su presencia:
"lo sabes tú, también soy sólo un hombre".