Desde que el tema de la Memoria Histórica saltó a la luz pública como un tema del cual poder hablar y tener todos razón en nuestros comentarios en la barra de un bar, blandiendo una jarra de cerveza en la mano, todos hemos oído hablar del abuelito que a algún político le mataron en la guerra, de este que era un represaliado o de aquel que trabajó en pro del Régimen.
Y todo esto ha llevado a cierto sector de la población a formar parte de una carrera desenfrenada por quitar todos los símbolos que piensan que han de quitar, y sobre todo, y como caso extremo, a cambiar los nombres de las calles y plazas al alegre albedrío de quien ostenta el poder, sin pensar en cómo va a afectar las decisiones que uno toma a quien vive en esas calles o plazas, sabiendo que no porque se cambie el nombre de una vía pública, se va a borrar la memoria de las personas, o se va a modificar la historia.
Dos casos extremos de cambios de nombres en las vías públicas son la actual Plaza del Ayuntamiento, que comenzó a llamarse Bajada de San Francisco, cuando aún no era plaza y era una simple calle. Al demoler una hilera de casas y convertirse en plaza, la llamaron de Emilio Castelar durante la Segunda República. Del Caudillo en el tiempo Franquista. Del País Valenciano durante la Transición, del Ayuntamiento actualmente y hay una propuesta para ponerle el nombre de Jaime I el Conquistador.
El otro ejemplo es la actual Avenida del Reino de Valencia, que comenzó llamándose, 14 de abril, día de la Segunda República Española; luego Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII, luego de José Antonio Primo de Rivera, para luego llamarse Antiguo Reino de Valencia, y acabar en la actualidad por quitarle la palabra “antiguo” y quedarse como Avenida del Reino de Valencia.
En algunos casos se despersonalizan las calles poniéndoles nombres de cosas, y en otros casos se van sustituyendo los nombres según marca la tendencia política del momento, pero en cualquier caso, eso implica un trastorno para las personas que viven en esas vías, pues deben de acondicionar al nuevo nombre, todo y cuanto posean, DNI, pasaporte, domiciliaciones de todos los servicios, tarjetas de crédito y débito, sellos, membretes, sobres… y una lista que sería muy, pero que muy larga, además del consabido tiempo y dinero que todo ello implica. Además, como ya he citado, aunque cambien el nombre de una calle, no van a cambiar la historia.
Pero todo esto se agrava más, cuando para realizar dichos cambios, nos cuesta dinero de las Arcas Públicas, y más como estamos hoy en día todos, y los municipios también, tan faltos de dinero.
Así el Ayuntamiento de Valencia a pesar de que tiene dos estudios, uno de 2012 y otro de 2014, para indicarles qué calles quedan con nombres franquistas, se gasta de nuevo 18.000€ en un tercer estudio… verdaderamente me parece despilfarrar mi dinero y el de todos los que pagamos nuestros impuestos, pues mucho más importante que esto, es el Banco de Alimentos, al cual le han retirado el soporte, las ONG y diferentes colectivos que ayudan a los más necesitados, los hospitales y sus infraestructuras y personal… y tantas y tantas cosas que se podrían poner por delante de que una calle se llame de una manera u otra.
Aún nos queda mucho por aprender, pues cualquiera podríamos ir a una calle con un nombre franquista, si en ella hubiera un hospital con todos los servicios que requiera ese municipio y funcionara a la perfección y a pleno rendimiento en todos los sentidos, personal especialista y auxiliar, material, salas, camas...
Pero de nada nos sirve que le cambien el nombre a la calle para acondicionarlo a la política actual, si el citado hospital no dispone de camas, especialistas, personal auxiliar, material y que además en verano cierren plantas enteras.
¿Memoria histórica o cambiar nombres…? Bien. Pero cuando se tengan todas las necesidades de cada municipio cubiertas.
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