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ARTÍCULO 196

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EL MIEDO

 

 
 

¿Cuántas veces siendo niños hemos sentido un miedo casi irracional a ciertas cosas, casi llegando a las verdaderas fobias? Seguro que muchas, donde hemos sentido miedo a lo que se pudiera esconder debajo de la cama y no sacábamos los pies o los brazos por fuera de ella. Miedo a lo que pudiera esconderse en nuestro armario o lo que pudiera pasar por la ventana, y ¡cómo no!, miedo a aquella sombra que jugueteando con la luz, dibujaba siluetas que traían a tu mente cosas que te dejaban casi paralizado. ¡Cuánto han sufrido nuestros padres esos primeros miedos!

Pero vas creciendo y los miedos van renovándose y adquiriendo otros tintes, como el de no tener los deberes hechos para cuando dijo el maestro por miedo a la reprimenda de éste, y sobre todo de la de tus padres, aunque hay miedos ancestrales, de los que se unen a nosotros como una lapa en la roca y no nos abandona hasta bien entrada la edad adulta, a no nos abandona nunca.

Sigues creciendo y al contrario y muy lejos de poder decir que ya estás limpio y ajeno de todo tipo de miedos al haber llegado a la edad adulta, la verdad es que los miedos vuelven a reconvertirse y a adaptarse a tu edad, y así pasan a aferrarse a lo material y comienzas a tener miedo por si te roban la bicicleta, la moto, el coche o el tan vilipendiado pero imprescindible teléfono móvil, en el cual tenemos toda nuestra vida en fragmentos hechos, fotografías, vídeos, contactos de las personas más importantes para ti y contactos que con el paso del tiempo llegan a perder el sentido de que sigan estando en tu agenda.

Pero como vivimos en una sociedad llena de buenas y malas personas a partes iguales, ya no sólo tenemos miedo a que nos roben nuestros bienes más preciados, sino a perderlos si la diosa fortuna está por juguetear con nuestros más preciados tesoros, haciendo que estos se queden donde nunca sabremos que se han escondidos.

Seguimos creciendo, “es ley de vida”, como dicen los mayores, y a esos miedos se le suman los que te provocan tu familia, ¿mi hijo estará bien? ¿Encontrarán trabajo? ¿Yo perderé el mío? Dramas estos últimos que te acompañan ya por siempre como si fueran tu propia sombra, y a los que se le suman si tus hijos han cogido un camino recto, o alguna mala influencia hará que sus caminos no lleven la dirección y el sentido que tú siempre has querido para ellos.

Mas, cuando piensas, por motivos de tu edad, que ya nada te puede asustar por haber vivido y pasado tanto y crees que lo tienes todo superado, llegan los últimos miedos, esos que sin remedio sustituirán a todos los demás, pues ya no piensas si te comerán el pie si lo sacas de la cama pues apenas puedes moverte, o si te robarán el coche pues ya lo vendiste hace tiempo al no poder conducir, o si perderás el trabajo pues ya estás jubilado, o si tus hijos han cogido un buen camino pues los has visto abrirse paso en la vida… pero ahora llegan los peores miedos de todos, miedo a la soledad, miedo a la muerte, pues ya adviertes que pocas cosas te quedan por hacer en esta vida.

Pero queridos amigos, como cierta frase dice, “Las cosas sólo pueden ser de dos maneras, las que tienen solución y las que no la tiene. De las que tienen solución no tienes que preocuparte, pues se solucionarán, y para las que no tienen solución, tampoco has de preocuparte, pues no se solucionaran”, y esa filosofía es la que siempre deberíamos tomar con todos nuestros miedos, la de no hacerles caso, la de dejar que tal cual han venido, se vayan sin que ello nos afecte lo más mínimo, y así lo tendríamos solucionado y no pasaríamos miedo nunca.

Pero la verdad es que el miedo es parte de nosotros y en algunas ocasiones es un buen aliado de la razón para poner ciertos límites a nuestro valor y empuje, y en otras ocasiones es bueno para avisarnos de algún posible peligro. Y en ocasiones como esta, miedo a decir adiós, pues amigos, así acaba esta nueva, Columna de Juan Benito.

 
 
 
Fuente:
Programa Lasartes del 30 de enero de 2015
 
 
 
 
     
   
 
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