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ARTÍCULO 322

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SAN VICENTE MÁRTIR: UNA VIDA DE SUFRIMIENTO Y SUPERACIÓN QUE VALENCIA CONMEMORA

 

 
 

San Vicente Mártir (¿?-304), también conocido como Vicente de Huesca, fue un diácono de la iglesia católica cristiana nacido en la ciudad romana de Osca, actual Huesca, en la segunda mitad del siglo III.
Creció en una familia donde sus padres, Enola y el cónsul Eutiquio le supieron orientar en la fe cristina, una fe a la que nunca renunció por mucho que lo martirizaron.
Cursó sus primeros estudios y realizó sus primeras actividades apostólicas en Caesaragusuta, actual Zaragoza, donde llegó a ser diácono del obispo de Zaragoza, quien luego fuera San Valero.
Sobre 270 y 280 había cierta paz, ya que el emperador Marco Aurelio Carino (¿?-285), así lo había conseguido, pudiendo el cristianísimo florecer hasta el punto en que sobre el 300, los cristianos celebraron el Concilio de Elvira o de Lliberis, mostrando con ello cierta madurez de la iglesia cristiana en el periodo romano.
Pero todo eso cambió sobre 303, cuando el emperador Dioclecioano juró exterminar a los cristianos y su religión, emitiendo un primer edicto imperial en estos términos:

«Todos los pobladores del imperio tenían que adorar al “genio” divino de Roma, manifestado en la persona del Cesar».

Para este fin, llegó Daciano a Hispania, el cual, tras pasar por varias ciudades, llegó a Caesaragusuta, donde apresó al obispo Valero y su diácono Vicente, pero en lugar de matarlos, los llevó a pie hasta Valencia haciendo que pasaran hambre, sed y frío mientras los soldados los torturaban, a modo de lección magistral para todo aquel que lo viera. Incluso a la entrada de Valencia los dejaron atados a una columna mientras cenaban. Esa columna donde estuvo atado San Vicente Mártir, se conserva en la iglesia de Santa Mónica.
Entran a Valencia por la Vía Augusta, y tras unos días en prisión sin comer ni beber, Daciano los llama a su presencia. Destierra al obispo pero se ensaña con Vicente, azotándolo, pasándolo por el potro, por la catasta, clavándolo en un aspa, y rasgándole la piel con garfios de hierro, entre otras cosas, pues Vicente nunca renunció de su fe cristiana y eso no podía consentirlo Daciano, el cual quería oír de sus labios la abjuración de su fe cristiana, cosa que nunca oyó. En cambió sí que oyó algo que lo enfureció mucho más:

«Te engañas, hombre cruel, si crees afligirme al destrozar mi cuerpo. Hay dentro de mí un ser libre y sereno que nadie puede violar. Tú intentas destruir un vaso de arcilla, destinado a romperse, pero en vano te esforzarás por tocar lo que está dentro, que sólo está sujeto a Dios».

Daciano lo manda poner sobre hierros candentes, pero no logra nada, y sangrando y medio muerto, lo devuelve a su celda, sobre la cual el poeta Aurelio Clemente Prudencio (348-413), en su Peristephanon, cuenta que era oscura, pero que se ilumino, los cepos y cadenas se abrieron, el suelo se cubrió de flores, y el aire se perfumó con extraños aromas. Cuenta la leyenda que San Vicente antes de morir, convirtió al cristianismo a su carcelero.
Daciano de nuevo humillado, mandó curar las heridas del cristiano, pero San Vicente murió mientras lo hacían, siendo el mes de enero de 304. Tras el óbito mandó tirar el cadáver a un estercolero fuera de la ciudad para que fuera devorado por las alimañas, mas, cuenta otra leyenda que un cuervo veló por su cuerpo para que ningún animal lo devorara.
En el lugar donde fue tirado su cadáver, se alza hoy la parroquia de San Vicente Mártir, la cual, originalmente, iba a tener una fachada con 50 m. de altura, aunque luego no fue así.
Luego Daciano ordena que arrojaran al mar el cuerpo del cristiano con una piedra de molino atada al cuello, pero el mar lo devolvió a la playa de Cullera donde lo recogió Ionicia, una piadosa mujer cristiana. Y tras ser enterrado en un modesto sepulcro junto a la Vía Augusta comenzó la veneración a San Vicente Mártir.
El martirio de San Vicente, fue la semilla de la iglesia católica en Valencia, siendo el detonante para que muchas personas se convirtieran al cristianismo, al ver la fortaleza del santo y el apego a sus creencias religiosas.
Mas, deberían pasar 934 años para que el rey Jaime I de Valencia y Aragón (1208-1276), llamado «el Conquistador», conquistara Valencia de manos musulmanas. Dicen del rey Jaime I, que era muy religioso y que siempre lo acompañaba la imagen de la Virgen de las Batallas, o de las Victorias, a quien le atribuía el hecho de sus múltiples victorias, pero en esta ocasión consideró a San Vicente Mártir el protector de su nueva victoria y lo convirtió en Patrono de Valencia. Además, lo nombró:

«Santo protector de la Reconquista de Valencia».

En el Archivo de la Corona de Aragón, se conserva un documento datado el 16 de junio de 1263, que textualmente dice:

«Estamos firmemente convencidos de que Nuestro Señor Jesucristo, por las oraciones, especialmente del bienaventurado Vicente, nos entregó la ciudad y todo el reino de Valencia y los libró del poder y de las manos de los paganos».

Así pues, San Vicente Mártir, es uno de los patronos de la ciudad de Valencia, motivo por el cual, el día que se celebra su festividad, el 22 de enero, se dice que es una fiesta de «Cruces para adentro», haciendo referencia esa expresión a la costumbre de la Corona de Aragón, y el reino de Valencia pertenecía a la Corona de Aragón, de marcar con cruces los términos de una ciudad en sus entradas a la misma.
Como apunte histórico-anecdótico, quiero apuntar que en la puerta de la muralla cristiana de Valencia que se encontraba en la actual Plaza de San Agustín, estaban las imágenes de San Vicente Mártir, Patrono de Valencia, que miraba hacia el interior de la ciudad amurallada. Y la de San Vicente Ferrer, Patrono de toda la Comunidad Valenciana, que miraba hacia el exterior de la ciudad amurallada.

Valencia es sinónimo de cultura.

 
 
 

Fuente:
El Periódico de Aquí

 
 
 
 
     
   
 
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